24 de abril de 2015

El camión de los miércoles





Marcela se resistía a toda costa a comprarse una computadora. Se arreglaba con el ciber de la vuelta. Pasaba una vez por día a revisar los mails, y listo. En sus ratos libros, Marcela escribía cuentos; por el momento los hacía en borrador. Varias personas le preguntaron por qué no los publicaba y de pronto tuvo el deseo de hacerlo, pero eso sí, si iba a publicar un libro, necesitaba indefectiblemente una computadora en su casa.
            Una vez que lo aceptó y lo asumió, se le presentó una serie de interrogantes. No quería ir sola. Le pidió a un amigo que la acompañara y juntos fueron a La casa de Claudio para ver distintas opciones y decidir mejor. Allí encontró un abanico inmenso de posibilidades, desde las más sencillas y económicas hasta las más sofisticadas.
            ¿Cuál le convenía? He aquí el quid de la cuestión. ¿Cómo sabés que no es trucha? Intuición, confianza, buena suerte (Mario, su amigo, tenía bastante experiencia). A Marcela le fallaba la confianza. Ella lo escuchaba a Mario. Miraron una cantidad de computadoras, Marcela se mareó y, en una de esas, su amigo le comentó: “Esta te conviene, es bastante sencilla y a buen precio y, si la comprás al contado, te hacen descuento. Tiene garantía por seis meses”. Marcela, al principio, dudó, pero finalmente se decidió a llevarla.
            Ese lunes le dieron un ticket y le dijeron que se la entregarían a partir de los dos días hábiles posteriores a la compra. Marcela salió de La casa de Claudio muy entusiasmada, pero con algo de desconfianza todavía.
            Le propuso a Mario que fueran a tomar algo, para brindar por la flamante compra, y así lo hicieron. El miércoles siguiente, a media mañana, llegó la compu a su casa (ella la bautizó con el nombre de Emilio para bajar las últimas resistencias que le quedaban).
            Le recomendaron un buen técnico que se la instaló y así comenzó la aventura.
            Sencilla y de buen precio. ¿Y cómo sabés que no es trucha? Intuición, confianza y experiencia. La de Mario. Ella, un cero al as. Emilio se la bancó una semana y un buen día se descompuso. Marcela la hizo revisar y no hubo duda: la CPU no funcionaba.
             Entonces llamó a La casa de Claudio para quejarse, le dijeron que había un camión los días miércoles, que las iba a buscar al domicilio y las devolvía el miércoles siguiente. Pero ese día era jueves y no había nada que hacer. “Si quiere acérquela usted hasta el local”, le dijeron, “la guardamos en el depósito hasta el miércoles que viene, la revisa y se la devolvemos”. Marcela no sabía qué hacer. De todos modos, tendría que esperar. Volvió a llamar a La casa de Claudio: cada empleado le decía algo distinto. Finalmente, decidió llevarla ella misma en vez de esperar al camión de los miércoles.
            Se subió a un taxi, ella y la CPU y se dirigió hacia donde la había comprado. Le dieron un ticket para asegurar que la máquina estaría en el depósito hasta el miércoles en que llegaría el camión y la llevaría a reparar. Mientras tanto, como antes, el ciber.
           El miércoles siguiente hubo paro, entonces el camión no pasó. Hubo que esperar hasta el miércoles próximo y rezar. Durante el tiempo de espera, Marcela llamaba a La casa de Claudio y se peleaba con todo el mundo, pero no le servía de nada. Después del paro, Marcela fue al negocio, llevó el ticket del depósito, pero, como era de esperar, le faltaba un papel y nadie se hacía cargo: la única esperanza era el camión de los miércoles.
             A la semana siguiente le dijeron que había mandado la CPU a reparación y que tenía que esperar una semana más. El miércoles siguiente fue feriado y, como era de esperar, el camión no pasó.
             Marcela ya estaba verde de bronca y en La casa de Claudio, de lo más tranquilos. “Señora, el próximo miércoles va a venir el camión con la CPU reparada”, esa era la respuesta. Conclusión: esperar y rezar.
             La semana entrante volvió la CPU sin arreglo. Faltaba una pieza que no se conseguía y había que esperar un miércoles más. Llegó el día: le dijeron que la CPU estaba reparada y se la llevarían al domicilio algo así como a las dieciséis horas. Llegaron a las diecisiete treinta, le entregaron la máquina y esta, otra vez, no funcionaba.
            Marcela se tomó unos minutos para relajarse y rezar antes de matar a alguien. Volvió a llamar a La casa de Claudio para ver si le podían cambiar la CPU, pero esto no dependía de los empleados, sino del personal jerárquico. “Llame al interno 181 y ahí le van a contestar”. Existía una posibilidad de que le cambiaran la CPU, pero en esto también estaba involucrado el camión de los miércoles. Ese día era viernes, venía el fin de semana y dos días más. A esta altura, qué le hace una mancha más al tigre.
             El martes a la tarde la llamaron de La casa de Claudio para decirle que el miércoles al mediodía iba a recibir en su domicilio una CPU nueva: ella no lo podía creer, pero milagrosamente, al día siguiente, día miércoles, el camión le acercó la máquina nueva. La instalaron en su departamento y funcionó.
            Al fin y al cabo, ese, ¿fue un día de miércoles? ¿Vos qué pensás?


Para Diego, el técnico de mi compu.