5 de enero de 2015

Para contarlo


Para contarlo

Era uno de los últimos días del año y el banco estaba repleto. Los clientes no hacían más que quejarse y protestar. Un poco más que de costumbre. Las filas avanzaban muy despacio, pero había una que no se movía. Justo la que le había tocado a don Anselmo. Él estaba ansioso por cobrar su jubilación y su medio aguinaldo, pero ya hacía tres cuartos de hora que estaba parado con su bastón y su paciencia, y nada. Todavía faltaban tres personas antes que él. Con disimulo espió al empleado de la caja tres y lo vio muy concentrado contando dinero por lo bajo. Desde lejos parecía que estaba rezando. Contaba y contaba innumerables billetes. Quién los tuviera, pensó don Anselmo. Mientras el cajero contaba billetes una señora mayor parada al lado de él no dejaba de hablarle. Y lo distraía. Pero el cajero contaba y escuchaba atentamente o, mejor dicho, los dos contaban algo. Vaya a saber qué historia interesante o quizás tan solo un jugoso chisme.
Don Anselmo volvió a acercarse y escuchó algo como “se recibió mi nieta y le hicieron una hermosa fiesta. No faltó nada. Ella estaba radiante…”. En tanto, el cajero con sus manos contaba dinero y con los oídos escuchaba la historia de la mujer. Don Anselmo todavía con bastón, pero ya sin paciencia se acercó al guardia del banco quejándose por la demora: que no puede ser, que es una vergüenza, que los cajeros demoran mucho, etcétera, etcétera.
El guardia se acercó a la caja y vio al empleado que seguía contando billetes y a la mujer que no paraba de hablar. Él también pescó al vuelo algo de una graduación.
Cuando don Anselmo se le acercó a preguntarle qué pasaba, el guardia le dijo: “no se preocupe, la fiesta ya está terminando. La mujer es medio chusma y, usted sabe, el dinero y el chisme se hicieron para contarlos”.

¡Felicitaciones, Agustina, que cuentes muchas satisfacciones y billetes también!”. Un beso grande, Flavia.