12 de septiembre de 2014

Juntos

Fiorella se encontraba muy triste, había sufrido una gran pérdida hacía poco y decidió ir a la iglesia y rezar una misa en recuerdo de su padre para sentir, por lo menos, un poco de paz. Cuál fue su sorpresa y su alegría cuando entró a la iglesia de La Medalla Milagrosa y presenció el casamiento de una pareja de viejitos de alrededor de ochenta y cinco años justo cuando el padre les pedía su consentimiento. Y ellos dijeron a coro: “Sí, acepto”.
En ese instante alguien le cantó a Fiorella al oído: “Solo el amor consigue encender lo muerto”. Y ella aceptó. Aceptó que la tristeza y la alegría vienen juntas y que el límite entre ellas es casi imperceptible. Igual que el horizonte en un día de mucha niebla.
Entonces se dio cuenta de que las lágrimas de desconsuelo con las que había entrado se transformaron en emoción y en alegría y que el recuerdo viene del corazón y el amor también.


Para mi amiga Gabriela con mucho cariño.